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Sarandi, Buenos Aires, Argentina
Con el fin que la cultura crezca en nuestro barrio hemos decidido crear este Blog y asi difundir parte de nuestros hechos mas relevantes como asi tambien los mas insignificantes.... Estamos convencidos que la cultura es el eje central de todas nuestras actividades, de todo lo que hacemos y dejamos de hacer desde que nacemos y hasta la eternidad seguimos contribuyendo a la cultura.

Costa Sarandi

De pie en medio de un monte que cualquier desprevenido llamaría virgen, difícilmente algún paseante podría imaginar que a unas diez cuadras de ese verde que invade cielo y tierra se encuentra la avenida Mitre, arteria particularmente caótica de Avellaneda que descarga buena parte del tránsito de la zona sur del Gran Buenos Aires. Y, sin embargo, ese monte no es virgen: adentrándose por senderos de tierra viboreantes se descubre el paciente trabajo de agricultores que convirtieron ese territorio anegadizo en campo cultivable. Todavía hoy quedan unas diez quintas produciendo frutas, hortalizas y vino de la costa, a diez o quince minutos del Obelisco. Hoy viven en la zona unas 200 personas. Aunque toda su vida fue vecina de Parque Centenario, en Caballito, Viviana se fue a vivir a estos territorios para conjugar la vida en la quinta con su trabajo formal como docente. Viviana es integrante de la Unión Vecinal de la zona y cuenta que cada vez que tiene que explicar dónde vive, el trámite se vuelve un lío. –Si alguien me tiene que venir a visitar, le digo que me espere en la entrada, porque explicar cómo llegar por las calles internas parece muy complicado para quien no vive acá. La zona de las quintas no se parece a ninguna cosa ubicada a 20 kilómetros alrededor. No es un ambiente urbano aunque esté en medio de la urbe. No es comparable con la tristemente célebre Villa Inflamable, que está al norte, del otro lado del arroyo Sarandí, ni con los asentamientos, barrios obreros o de clase media que rodean la zona. Basta acercarse con Google Earth a esa porción verde al sur de la Capital para entender por qué este lugar en el mundo tira tanto para sus pobladores: ni hacinamiento, ni casas construidas de apuro, ni tránsito enloquecido, ni suciedad. Marcelo, habitante e hijo de uno de los fundadores del lugar, es uno de los que se resiste a abandonar la tarea agrícola: –El año pasado estuve trabajando la tierra, pero si uno hace el cálculo, resulta que el precio que se le puede sacar no alcanza a cubrir el trabajo y la inversión que se hizo durante el año. Los números de Marcelo cantan: “El kilo de semillas de radicheta cuesta 40 pesos. Y rinde unos 10 cajones, por los que se paga 4 pesos cada uno. Empate. Es cierto que la radicheta te permite un segundo corte. Una vez que se cortó, se puede dejar crecer otra vez, sin volver a sembrar. Pero, claro, no es tan grande y por lo tanto, no rinde lo mismo”. Es decir que todo el trabajo se hace por la diferencia que se le saca al segundo corte. No parece un negoción. –Y el tema del riego, en verano, es difícil –agrega Marcelo–. A veces hay que echarles agua tres veces por día, y regar un cantero te puede llevar una hora. Un cantero chico te lleva 10 kilos de semillas y te produce 100 cajones. Tres golpes casi de knock out Fue pasando el tiempo. La contaminación de las aguas de riego, el asedio del asfalto y el declive de la producción agrícola en un contexto cultural urbano determinaron su lenta decadencia, aunque no su desaparición. Quizá lo mejor esté por venir: en la resistencia de un puñado de herederos de los pioneros puede estar el embrión del renacimiento de la zona.